viernes, 23 de enero de 2015

4. #CLCPLR

4.

Durante las dos siguientes semanas me propuse no montar ningún follón más. Para conservar el curro y eso. Hasta que el asunto se enfriase.
Iba todos los días al local, trabajaba hasta las tantas y me largaba a mi casa tranquilamente, dispuesta a echarme la mona durante horas.
Los chicos se pasaban a veces por el local, se tomaban unas cervezas y a lo mejor follaban un poco, quién sabe. El caso es que hacían el trabajo un poco menos pesado.
Lennon y su ONG de gilipollas no había vuelto a aparecer por allí, puede que por no llamar de más la atención, o puede que hubieran encontrado otra cosa mejor que hacer que beber hasta no poder mantener el equilibrio. Bien por ellos.
Yo lo prefería así, vamos. Por eso de si se le cruzaban los cables a uno y la cosa se ponía fea. Aunque para zurrarte a hostias con alguno de los chicos los tienes que tener cuadrados.
El que sí que los tenía cuadrados era el gilipollas de Tex, quién se aceraba de vez en cuando para vigilarme, como si estuviera esperando a que metiera la pata para echarme a patadas. Menudo subnormal.
— Max, este finde lárgate a tu casa y piérdete. No quiero verte la geta por el local, ¿estamos? — Me dijo.
Miré a Tex fijamente. Esa era la forma que tenia de decirme que tenía el finde libre, y la verdad es que no sabía si invitarle a una cerveza por el descanso o darle una hostia por gilipollas. No hice ninguna de las dos.
Supuse que el descanso me lo dio por cortesía de Vicky, a la que le pedí el día libre para trabajar aquel sábado en la pista.
La pista era el circuito de carreras de motos que había en la ciudad. Estaba a las afueras, en la zona media de Nueva York, a un paso del barrio. Las carreras las montaba Owen. Un tipo muy desgarbado y llamativo. Tenía el pelo de un verde césped muy llamativo y siempre llamaba la atención desde su «trono de las apuestas».
Yo iba allí una vez cada dos semanas, trabajaba y me ganaba una pasta, y luego como si nada. Me iba bien y Owen siempre se encargaba de no meterme en líos con la pasma cuando había algún jaleo. No sé cómo se las apañaba, pero nunca lo pillaban. Todo muy guay.
Aquel sábado por la tarde los chicos vinieron a hacerme una visita a casa. No solían hacerlo muy a menudo, pero cuando lo hacían arrasaban con la nevera.
— Ey, tía, te hemos ido a buscar al garito pero no estabas. — Dijo Ian como saludo nada más abrir la puerta. Después lo siguieron Reed y Brandon.
Los miré fijamente. Los tres tenían esa sonrisa estúpida en la cara como cuando un niño pequeño está a punto de hacer alguna de las suyas.
— Vicky me dio el finde libre. — Contesté, aunque supuse que ya lo sabían.
— ¡Para trabajar en la pista! — Dijo Brandon entusiasmado. Siempre se ponían eufóricos cada vez que iba a trabajar allí, por eso de que ganaban mucha pasta con las apuestas.
En la pista me dedicaba a trabajar con las motos. Antes de dejar el instituto llegué a completar un curso de ingeniera mecánica, y cada tarde trabajaba en el mecánico de Sam. Por lo que al comparar las motos siempre sabía quién sería el ganador. Era algo así como una especie de don.
— ¡Esta noche me hago millonario, Max! ¡Millonario! — Gritó Ian.
Miré a Reed frunciendo el ceño, pidiéndole una explicación para tanta felicidad. No es que no me alegrara de que estuviera bien, pero no estaba de más preguntar.
— Cree que entre tus consejos y Dan como corredor va a ganar mucha pasta. — Explicó. — Bueno, ¿qué? ¿Nos vamos?
Asentí con la cabeza casi instintivamente, mientras intentaba sintetizar lo que acababa de decir.
Dan Walker como corredor. Genial...


El circuito era espectacular. Se trataba de dar una vuelta completa a toda la ciudad, pasando por la ladera del río y el túnel. Básicamente era sencillo, el problema era el terreno.
El río era un medio tubo de cemento por el cual cruzaba una pequeña corriente de agua sucia y estancada, no debía de suponer ningún problema si sabías como cruzarlo.
Lo jodido era el túnel.
El túnel era un pequeño callejón entre dos edificios de una pequeña fábrica que quebró hacía mucho tiempo. Las dos paredes de ladrillo rojo que formaban el callejón se iban estrechando conforme avanzabas hasta que solo una moto podía pasar por ahí.
Aquel sábado la pista estaba a tope. La gente se aglomeraba sobre Owen dispuestos a hacer sus apuestas ganadoras. Reed decía que la gente estaba allí para celebrar la vuelta de Dan, por eso de que era la primera carrera que se celebraba desde que había salido del trullo. No me sorprendió que volviera a ser el centro de atención.
— ¡Max, querida! — Gritó Owen, acercándose a nosotros con dificultad. — Dime una cosa, ¿quién es tu preferido?
Sonreí abiertamente. Owen era como una especie de diva divina. Si no fuera porque sabía de primera mano su gusto por las chicas de The Moonlight hubiera jurado que era gay.
— ¡Tú, obviamente!
Owen me sonrió, enseñando una dentadura en la que podía verse un colmillo de oro.
— ¡Lo sé, lo sé! — Asintió, dándome dos besos en las mejillas. — ¡Pero me refería a los corredores! ¡Hoy hay nueva competencia! No sabes la preciosidad que tenemos en las caballerizas.
Las caballerizas era la forma que tenía de llamar al taller bajo la fábrica donde se le daban los últimos detalles a las motos. En otras palabras: el mecánico en el que trabajaba.
— Mi padre os está esperando bajo. — Anunció, cogiendo un fajo de billetes de un hombre bajito y barrigudo que apostaba por Dan.
El padre de Owen era un hombre con entradas y muy grande. Tenía un taller mecánico en la ciudad, a unos quince minutos del barrio. Sin embargo, era un hombre muy chapado a la antigua.
A la segunda semana de trabajar en el stripper, intenté buscar otro curro, algo que se me diese mejor que soportar a borrachos durante toda la noche. Pero por desgracia el taller del padre de Owen era el único que había en la ciudad.
Una tarde me acerqué allí y le pedí un puesto, aunque solo fuera quitar la grasa de las herramientas, pero el hombre se empeñó en que «Las mujeres no deben trabajar en la mecánica.» y « Que es un trabajo de hombres. »
Chorradas.
No me dio el puesto, pero gracias a la recomendación de Owen conseguí el puesto en la pista. Al menos trabajaba una vez cada dos semanas.
— ¡Te veo luego para hacer tus apuestas, preciosa!
Y se perdió entre el gentío.
Cuánta gente había, coño. No lo soporto. De verdad, qué agobio. Ay.
— Ten cuidado, morena. — Dijo una voz rasposa cuando me estampé contra su espalda.
Aquel hombre se me quedó mirando con una sonrisa bobalicona en la cara y estaba segura de que me habría desnudado allí mismo si hubiera podido. Me tragué una arcada.
Tenía el pelo muy corto y de un marrón oscuro a juego con sus pobladas cejas. Parecía que tenía los ojos desiguales, uno más grande que el otro, ambos irritados de la marihuana, y llevaba un tatuaje de una cruz en la frente, como si aquel hubiera sido el único sitio en el que podía tatuárselo. Pero lo que más asco me dio fue su boca cuando me sonrió. Tenía los dientes separados unos de otros, de un marrón oscuro de mascar tabaco, y estaba segura de que si hacía un recuento faltarían la mitad de las muelas.
Me puso una mano en la cintura, aprovechando que no podía retroceder entre tanta multitud. Agarré la navaja del bolsillo con fuerza.
— Suéltame.
— ¿Por qué? Podemos divertirnos… — Susurró contra mi oído, provocándome escalofríos.
Su mano bajó hasta mi culo.
— Max, estás aquí. — Anunció Brandon de golpe, haciendo a un lado a aquel asqueroso hombre y poniéndome un brazo sobre los hombros. — Te estaba buscando, ¿nos vamos, cariño?
Sabía que le estaba dando la oportunidad a aquel hombre de largarse de allí con los pocos dientes que aún conservaba. Aunque se le notaba la rabia en la tensión del brazo que me rodeaba.
El hombre se quedó mirando fijamente a Brandon, pero desistió y se perdió entre la gente.
Brandon se giró para mirarme.
— ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algo ese gilipollas?
Asentí a su primera pregunta y le di un beso en la mejilla. No me solté de él hasta que llegamos a las caballerizas.
Una vez dentro, encontré a los chicos alrededor de Dan. ¡Pero es que dios! ¿¡Nadie se daba cuenta de que siempre era el centro de atención?! Pff… Aun así, me acerqué.
— ¡Max, te estaba esperando! — Gritó el padre de Owen antes de que llegara junto a los chicos.
Dan se giró al escuchar mi nombre, por lo que levanté la mano para saludar antes de girarme hacia el hombre con entradas.
— Lo sé, Leroy… — Mustié en un tono de niña obediente. —…pero iba a saludar primero a los chi…
— ¡Ya los saludarás después, mujer! ¡Hay mucho trabajo!
Asentí, aunque me hubiera gustado saludar a los chicos antes de que comenzara aquello, había mucho trabajo en las caballerizas y mejor empezar cuanto antes.
Levanté las manos como quién es inocente y puse mi mejor sonrisa.
— Está bien, lo que tú digas.
Me puse la chaqueta azul oscuro y llena de manchas de grasa sobre la ropa y unos guantes, lista para trabajar.
Esta vez la cosa iba a estar reñida, pero tenía una favorita que estaba segura de que iba a ganar aquella noche. La moto pertenecía a un chico rubio platino con mechas azul oscuro que creo que se llamaba Jed o Jeff… O algo así.
Había revisado cada una de las motos de los corredores que participarían aquella noche, incluida la de Dan, una preciosidad con dos ruedas que llamaba la atención casi tanto como su dueño, y aunque la del moreno era buena, no era la mejor.
Por esa razón, principalmente, había conseguido que el rubio de las mechas me pagara un pastón por ayudarle con la moto. Poco trabajo y mucha pasta es algo que la gente no rechaza. Aunque he de reconocer que me costó un par de sonrisas pícaras e insinuaciones que no llevaban a ningún lado.
— No sabía que se te daban bien las máquinas. — Dijo Dan a mi espalda, mientras le daba los últimos retoques a la moto del tal Jeff.
— Eso es porque no te lo he dicho.
Dan sonrió de lado y se encogió de hombros.
— Cierto. — Asintió. — No hace falta que te esfuerces en que la moto de ese sea buena, aquí lo que cuenta es el conductor.
— ¿Eso es un consejo? Porque estoy segura de que no…
— No es un consejo. — Me cortó. — Era mi forma sutil de decirte que más te vale apostar por mí si quieres ganar pasta.
Lo miré fijamente. ¿De verdad estaba hablando enserio? Aunque por la sonrisa arrogante que puso supe que lo decía de verdad.
Sonreí como si estuviera de acuerdo y lo vi marcharse hacia Reed y Brandon con esos andares felinos que ya estaba tan acostumbrada a ver.
— ¡Mon ami! — Saludó Owen nada más entrar, agitando los brazos en alto y sonriendo con carisma. — Dime, preciosa, ¿cuál es tu favorito esta noche?
Miré a Dan hablar desde los lejos con los chicos, recordando lo que hacía menos de medio minuto me había dicho. Pude notar como Dan me miraba por el rabillo del ojo, atento a mi respuesta. Desvié la vista a la moto del moreno, incómoda por su mirada, antes de que la idea me asaltara de golpe como quién enciende una bombilla.


Miré el túnel desde la entrada de la meta, donde la gente esperaba ansiosa para comprobar si habían ganado dinero o se habían arruinado con las apuestas. Ya se escuchaban el rugir de los motores desde lo lejos, pero todavía era incapaz de diferenciar ninguna moto desde allí.
Me apoyé sobre el brazo de Reed en cuanto una mujer me empujó para coger el mejor sitio con vistas a la meta. Gruñí para llamar su atención y coloqué el codo en sus costillas, impidiéndole avanzar.
— ¡Ya vienen! — Gritó una voz nasal por algún lado que no pude identificar.
Fijé la vista instintivamente en el túnel, aunque era incapaz de distinguir ninguna sombra desde lo lejos. Tal vez fuese por la oscuridad, pero no veía una mierda.
El sonido de los motores se notaba cada vez más presente, lo que aumentaba la tensión del ambiente.
Joder, cuánta gente. Joder, qué agobio. Joder.
La primera moto que se vio a lo lejos fue la moto de Jeff, aunque solo pude distinguirla por el color llamativo del pelo de éste.
Una sonrisa me asomó por los labios, pero enseguida fue sustituida al escuchar la voz de Brandon, gritar:
— ¡Es Dan!
Tenía razón. Justo pisándole los talones a Jeff estaba Dan. Y pronto ambos entrarían al túnel.
Mierda. Mierda. Mierda.
Por favor…
No sabía si quería mirar o no. La tensión me carcomía por dentro, y en aquel momento me hubiera fumado el paquete de tabaco entero. Ay, qué estrés. Ay, qué mal.
Al final decidí que no iba a mirar, esperaría en las caballerizas para saber qué había pasado.
— Creo que voy a esperar bajo. — Le susurré a Brandon en el oído.
Brandon desvió la mirada del circuito para mirarme, aunque realmente le apetecía saber qué estaba pasando. Le sonreí para que no se preocupase y le revolví el pelo como a un niño pequeño antes de bajar.
Abajo el habiente estaba mucho más relajado, no había gente gritando ni pegando empujones para poder ver qué estaba pasando y parecía que las ganas de soltarle un guantazo al primero que pasara iban disminuyendo. Mejor, así me ahorraría problemas.
Los aplausos y las felicitaciones se escucharon desde el interior del edificio. La carrera ya había acabado, y solo esperaba que hubiera sabido jugar bien mis cartas. Mi padre me decía de pequeña que las competiciones no se ganaban siendo mejor que la otra persona, por ejemplo, siendo más rápido, sino que se ganaban siendo más inteligente que tu adversario. Supongo que por eso siempre me he tomado las derrotas como algo personal.
«Solo tienes que ser más astuta.» Oí la voz de mi padre, pero desvié su recuerdo antes de que las lágrimas amenazaran con hundirme.
— Tía, no sé cómo lo haces… — Fue lo primero que murmuró Owen anda más bajar, después me lanzó el fajo de billetes. —…pero siempre aciertas.
Y cómo si aquella hubiera sido la señal de salida, toda la gente se reunió en las caballerizas, volviéndome a ahogar entre sus idas y venidas.
— ¡Sí! — Gritó triunfal Jeff, bajando por las escaleras junto a una manada de gente eufórica por su victoria.
Había ganado. Jeff había ganado. Y yo tenía mi dinero.
No encontré a los chicos por ningún lado, lo que sí que encontré fue la mirada fría y salvaje de Dan escudriñándome desde su moto. Me acerqué a él.
— ¿Dónde están los chicos?
No me contestó, se quedó mirándome fijamente, amenazante desde su posición, como si intentara herirme con la mirada. Y, sinceramente, casi podía sentir como me retorcía las tripas.
Lo siguiente que vino fue el empujón y el peso de Dan acorralándome contra la moto.
Oh, mierda.
— Si crees que no sé lo que has hecho estás muy equivocada. — Gruñó contra mi oído.
El vello de todo el cuerpo se me erizó y un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Respiré hondo y empujé a Dan lo suficiente como para poder mirarle a los ojos, aunque estaba segura de que su mirada era incluso más intensa que su tono.
— A veces hay que saber perder para poder ganar. — Murmuré intentando que sonara igual de frío y firme que como sonaba en mi mente. Al parecer funcionó, porque la mirada de Dan titubeó durante unos segundos.
Saqué el fajo de billetes y se lo puse en la mano.
— Ahí está el dinero que te costará arreglar de nuevo la moto y la mitad de lo que he ganado apostando. — Anuncié con firmeza.
Dan miró el fajo de billetes sobre su mano y luego me miró a mí, como si intentara adivinar qué pasaba por mi mente.
Sonreí satisfecha. A los chicos como Dan hay que saber domarlos, y yo acababa de coger al toro por los cuernos.

© 2015 Yanira Pérez.
Esta historia tiene todos los derechos reservados.

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